A la Semana Santa zamorana

Hablar de la Semana Santa Zamorana es hablar de la emoción y de la poesía, que es lo mismo
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Hablar de la Semana Santa Zamorana es hablar de la emoción y de la poesía, que es lo mismo. Es mirar su conjunto en detalle y callar. Es escuchar. Es interiorizar la mirada. Es ver la noche al pasar. Es mirar correr el río a cualquier hora y notar que su agua enamora. Es derramar la inspiración en los mantos de terciopelo y demás encantos. Es la rima del sonido en las velas derretidas entre las manos de mujeres alegres generosas. Es el soneto de los medallones que cuelgan en el peto del respeto. Es la estrofa que rodea la cintura de la moza campechanda. Es la escritura de la prosa sencilla entre el murmullo sin barullo. Es la cigüeña con su lírica de amante. Es el cielo entre las zamoranas calles ambulantes que buscan el sentido de la letra poética de su cante. Es el no dejar mojar por el agua el sentimiento del pueblo a su virgen de la Esperanza, cruzándola por el puente romano con sus manos mirando de frente. La Esperanza sonríe. Y la música aplaude en un alarde de profundidad reflejada en los ojos de la libertad. La prosa se viste de rosa y se desgrana por la mañana para esperar el esplendor del salmo en el anochcer levantando el alma de fuego del Miserere que arde un rato en silencio de la Plaza de Viriato, rodeando el gentío de interferencias al canto para dispensarle todo el encanto musical polifónico. La historia que escucha la armonía siente la pasión como una significación zamorana que aunque silenciosa clama por su continuidad hermosa en su raigambre leonesa y castellana.