La navidad y la paz

​La Navidad siempre se le ha relacionado con la Paz. En mi infancia el tiempo que transcurría entre una navidad y otra me parecía infinito, seguramente por el anhelo de su llegada.
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La Navidad siempre se le ha relacionado con la Paz. En mi infancia el tiempo que transcurría entre una navidad y otra me parecía infinito, seguramente por el anhelo de su llegada. Pero a medida que el tiempo pasa, el tiempo se acorta, y ya tenemos ahí la Navidad de nuevo.


Pero ¿y la Paz?


Voy a escribir por boca del sentimiento con pretensión de acercamiento en lo que cada cual quiera pensar, dentro o fuera de la cristiandad.


Lo cierto es que la guerra es una barbaridad. No hace falta decirlo. Y no es algo nuevo en la actualidad. Ni en un solo lugar.


Pero la guerra no es un ámbito ajeno a la regulación por el derecho y la comunidad internacional.

Y ante los conflictos armados el denominado Derecho Internacional Humanitario, reacciona, claro que sí, una vez iniciado el conflicto.


Y reacciona con el fin de proteger con mayor eficacia a los heridos, a los enfermos, a los prisioneros de guerra, a la población civil y, por extensión, a los bienes culturales y a los bienes indispensables para la supervivencia de la población civil y al medio ambiente natural.


En definitiva, reacciona con reglas sobre la conducción de las hostilidades, limitando los métodos (modos) y medios (armas) de hacer la guerra, cuya violación hace operativas las reglas concernientes del Derecho Internacional general, como la prohibición de la agresión o uso de la fuerza en las relaciones internacionales, como establece el Art. 2.4 de la Carta de las Naciones Unidas, excepto en los supuestos del ejercicio individual o colectivo de la legítima defensa (art. 51 de la Carta) y la aplicación del sistema de seguridad colectiva del Capítulo VII de la citada Carta (la acción de la ONU) y del derecho de la libre determinación de los pueblos.


No podemos olvidar, pues, que existen normas internacionales de origen convencional y consuetudinario, destinadas específicamente a ser aplicadas en los conflictos armados, internacionales o no, para limitar, por razones humanitarias, el derecho de las partes en conflicto a elegir libremente los modos y medios de hacer la guerra. La pretensión es, evidentemente, proteger a las personas y a los bienes afectados o que puedan resultar afectados por la guerra.


Pero cuando se habla de Derecho internacional, la reacción del público en general, suele ser de amplio escepticismo por resultar a veces y más infringido con total impunidad. Y hasta existe la creencia de que el Derecho internacional no es realmente un sistema jurídico, sino un conjunto de obligaciones morales, no jurídicas.


Pero realmente, las violaciones del Derecho Internacional no son más frecuentes que las de cualquier otro ordenamiento jurídico. Del mismo modo que los litigios entre particulares no son siempre consecuencia de violaciones del Derecho interno, las controversias internaciones tampoco se deben necesariamente a violaciones de derecho internacional. Ni éste proporciona respuestas a todos los litigios internacionales. No obstante, el Derecho internacional se cumple más de lo que parece y los estados suelen aceptarlo y ajustarse a él.


El escepticismo sobre el Derecho Internacional lo llevo escuchando desde que era estudiante de Derecho, pero esta impresión no lo comparten experimentados doctores en la materia, sin referirse a tal Derecho como conjunto de obligaciones morales, sino jurídicas, pues sin esta consideración, jurídica, entienden, que resultaría aún más gravemente infringido.


Como han podido comprobar estimados lectores de esta mi impresión sobre la Navidad en relación con la guerra, estoy refiriéndome al mundo ajeno a Zamora, pequeñita, que hunde sus raíces tan profundas como nuestra propia historia, más allá de las Cartas Pueblas y sus Fueros.


No quiero con ello decir, que Zamora, por aludir a mi tierra, no sea universal por su existencia y pertenencia a la cultura mundial, necesariamente, pero sin olvidar la suya original individual, que no olvida, cuyo localismo la identifica entrañablemente como familiar y navideña. Y los que ya no vivimos allí ahora lo sabemos perfectamente.