El sayagués

​Están hoy en la boca de los españoles en que éstos se expresen en cada uno de sus idiomas
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Están hoy en la boca de los españoles en que éstos se expresen en cada uno de sus idiomas. Naturalmente. Y así debe ser. No soy un lingüista y desconozco los múltiples dialectos de España y,  si sólo son tres sus idiomas, amén, como se ha dicho, de plurales dialectos minoritarios, tan dignos de recordar y recobrar para evitar su desaparición, precisamente. Y no me estoy refiriendo únicamente al sayagués, aunque sí en este artículo, cuyo modo de hablar distingo de los demás.


Me alegraría que el sayagués lo pudiéramos hablar más que los propiamente sayagueses,  todos y todas cuantas quisieran hacerlo, sin anteponerlo al concepto de la raza como defendía el antiguo carlista nacionalista de finales del s. XIX, Sabino Arana, diciendo que su lengua euskeriana era  “broquel” de su raza y, por ello, sólo quienes pertenecían a esa raza podían hablar su propio idioma,  dada la pureza de uno y de la otra.


No puedo estar más en desacuerdo, absolutamente, por decirlo sin más acritud,  pues,  aprender para entenderse en cualquier idioma, sea como sea y de dónde sea su procedencia,  es la esencia  y razón de cualquier idioma y,  nadie debe impedir a otro, que lo hable,  como quiera y donde quiera para entenderse.

Me llena de plena satisfacción cuando me adentro en los pueblos de Sayago y todavía escucho palabras con fenómenos fonéticos, morfológicos y sintácticos que perviven con características ancestrales, inusuales ya en la ciudad.


Y cuando las escucho me identifico completamente con las diferencias que aún persisten porque las había escuchado de mis antepasados en mi ámbito familiar con su cultura popular.


Ahí van algunas palabras, todas enternecedoras,  que al escucharlas en Sayago sí comprendo su significado,  aunque no sean de uso cotidiano en mi relación con los demás fuera de mi vida familiar y ámbito privado personal en el contorno de mi localidad de origen: Sayago, comarca histórica de la provincia de Zamora (CyL), situada al suroeste español, que limita por el norte con la comarca de Aliste, al este con Zamora capital y su alfoz, con Portugal al oeste y por el sur con la provincia de Salamanca.


La comarca de Sayago prestó su nombre a esa jerga de nuestro teatro conocida como “sayagués literario”, destacando el sayagués de Fermoselle,  afincado en Salamanca, Juan del Encinas (1468), poeta, músico y autor teatral del renacimiento en la época de los Reyes Católicos, considerado iniciador y patriarca del teatro español que publicó ocho églogas cuyos protagonistas eran pastores que se expresaban en sayagués con rasgos leoneses.


Cada pastor hablaba como lo hacían en su  respectivo pueblo, rústico, por oposición a cortesano,  pero sin embargo todos abogan por extender su modo de hablar particular a los demás pastores de otros pueblos para así poderse todos entender.


Tampoco podemos olvidar las Coplas de Mingo Revulgo (s. XV), que son treinta y pico novelas satíricas glosadas por Hernando del Pulgar, atribuidas al propio Hernando y a Iñigo de Mendoza, entre otros. En ellas,  el pastor, Gil Arribado, que dice ser una especie de adivino, escucha a otro pastor las desdichas representadas por cuatro perras guardianas, alusivas al debilitamiento de las virtudes cardinales (Justicia, Fortaleza y Prudencia y Templanza), siendo por ello atacado el pastor por el lobo. El adivino (Gil Arribado) contesta a Mingo Revulgo (pastor representante del Rey) que las penurias no sólo pueden ser atribuidas al pastor representante del Rey (Enrique IV de Castilla), sino que parte le corresponde al pueblo, que ha perdido las tres virtudes teologales (Fe, Esperanza y Caridad), anunciándole que los desastres vendrán (la guerra, hambre y mortandad), por lo que les animaba a rezar, entre otras cosas. Al mismo tiempo, les alaba la vida mediana, diciéndoles que “es menos dañoso/pacentar velando por lo costero, /que lo alto y hondonero/ juro a mí que es pelibroso”


Consciente de mi conocimiento profano lingüista, ninguna conclusión ni deducción realizo de tipo metodológico,  simplemente las invoco,  con sumo cariño, eso sí,  palabras sayaguesas, como por ejemplo: “mochacho”, “moñeca”,  “mojer”, con vocales más abiertas que las del castellano estándar.

O “trajiera o “dijiera”, como diptongos analógicos de los verbos traer o decir.


O la conservación del diptongo “ié” ante la “s”, como “aviespa” o “riestra”.


O la persistencia del diptongo “ei”, como en “jeijo” (canto o guijarro), o en “fumeira” (humareda) o “fugueira” (fogata).


También debo decir, que nada de lo que estoy hablando podría hacerlo sin haber leído “Normas y dialecto en el Sayago actual”, obra de Julio Borrego Nieto, sayagués académico y, por tanto, conocer extraordinario de la lengua española, cuyo texto resalto como admirador de su sabiduría lingüística.


Y continuado con la lectura de tan insigne catedrático, decir que aún es posible oír en pueblos de Sayago expresiones como:  “hei comido”,  así como “lambrucias” (goloso) o “larampio” (ratero) o “tundia” (paliza).

O innumerables verbos terminados en “iar”,  como “aujeriar” o “folpiar”, provenientes del castellano “ear”.


Una expresión que me llena de ternura es: “golosear“ y su variante “golosiar”, recordándome a mi abuela decirnos a los niños  al servir el flan en la mesa del banquete que  “ no lo goloseáramos o golosiáramos  refiriéndose a que no lo tocáramoshasta su reparto para la degustación por todos y todas en conjunto.

O la “e” final latina, perdida en castellano, como “vide” (sarmiento) o “parede”.


O en sentido contrario, como adhesión de la “e”,  en lugar de su pérdida, pero para convertirla en plural, como “redes”,  en lugar de red o “fréjole”,  en sentido plural.


Los fenómenos que podemos encontrar en la citada obra, son múltiple e interesantísimos, sobre los que no voy a insistir por sentirme incapaz de precisar con rigor el estudio técnico de su autor.


Otras palabas,como “Farinato” (morcilla hecha en tripa delgada), “farnal” (recipiente donde cae la harina del molino), “farrapo” (harapo), “ferruje” (óxido), “fenasco” (hierba seca que queda sin segar en los campos), son ejemplos de conservación de la “f” inicial latina, como rasgo fónico del leonés.


Y por contacto directo con el gallego-portugués, podemos encontrar en el habla viva,  “carallo” (taco leve) o “badallo” (badajo del cencerro) o “mallar” (masticar con insistencia), o “vergallera” (órgano sexual del verraco).


O los apelativos como “filandrayo” (persona muy delgada), o “mayuela” (cordón del calzado, en especial de “las chancas” (majuelas), que yo todavía usé en la niñez, como otros muchos, pequeños y mayores, hombres y mujeres, en mi pueblo, con suelo de madera y diminutas herraduras en los extremos.


O “bogaya” (agalla del roble), también denominadas “bobajas” o “bogajas”, con las que jugábamos los niños y niñas moviéndolas en el suelo como si se trataran de conducciones de rebaños de vacas por eso de parecernos “cuernos” sus piquitos a modo de corona.


Mi intención no ha sido otra que poner de relieve la existencia del rasgo dialectal en la comarca de Sayago, cuya área está dotada de personalidad dialectal propia, como sus dos áreas limítrofes (Miranda do Douro y Aliste), isoglosas extremas del leonés, cuyo conocimiento lingüístico merece todo su interés, evidentemente.